No es magia, es tu sistema nervioso
Como me gusta llevar tanto la contraria, incluso a mi misma, he sentido la necesidad de volver sobre lo que escribí la semana pasada.
Aquella fue una reflexión escrita desde la reacción, la hartura sobre las expectativas que la sociedad carga en nosotras y el humor un poco ácido que me divirtió mucho. Ese artículo no lo escribí desde la calma, ni desde la investigación profunda. Lo escribí desde la emoción. Y hay muchas formas de escribir… pero hoy quiero probar otra desde el cuerpo.
En el último artículo hablaba sobre las expectativas que la sociedad carga sobre las mujeres solteras y esa frase típica que se nos dice del “relajate y aparecerá”. ¿Y si esa frase simplista tiene algo de verdad? ¿Qué pasa en nuestros cuerpos cuando no estamos relajados? ¿pueden llegar los demás a darse cuenta?
¿Sabes cuándo alguien a quien quieres te está diciendo que está muy bien, o que es muy feliz pero algo no encaja? Sonríe mientras lo dice pero la mirada es triste, el comentario viene de la nada y la sonrisa parece de todo menos genuina.
Es una situación extraña porque ves una contradicción. Parece que hay algo en la otra persona que se contrae. No parece relajada y, esa sensación que tenemos, tan sutil como poderosa, en realidad es la sabiduría emocional que nuestro sistema nervioso ha afinado durante millones de años de evolución.
¿Qué es? ¿Cómo ocurre?
Según Stephen Porges, nuestro sistema nervioso lee constantemente el entorno en busca de seguridad o amenaza, incluso sin intervención consciente.
Esto quiere decir que sentimos de una forma que sobrepasa el pensamiento consciente cómo tiene el sistema nervioso otra persona.
Según la teoría polivagal, notamos la diferencia entre si los que están alrededor nuestra tienen el sistema simpático activado -nuestro sistema de lucha y huida- o el ventrovagal -el de la conexión y la calma.
Detectamos el lenguaje no verbal, las microexpresiones que surgen en nanosegundos, el tono de voz, las posturas, la mirada… son pistas que delatan incongruencias.
Y cuando vemos incoherencias, por ejemplo cuando alguien dice ‘estoy bien’ pero su cuerpo no lo está, nuestro sistema lo detecta como una alerta de amenaza leve, ‘hay tensión, hay incomodidad’.
El deseo también duele
El deseo como apego es deseo con necesidad, con expectativa, con miedo o con control.
En vipassana se enseña a ser ecuánimes ante la aversión, el rechazo a situaciones; pero también a ser ecuánimes ante el deseo.
Cuando empecé a practicar vipassana lo aplicaba y lo entendía mejor en la aversión. Quería no ser reactiva a situaciones que me provocaban rechazo como a una cola interminable en el súper, una persona maleducada, enfrentarme a las consecuencias de un error que había cometido o lidiar con la lentitud del progreso. Es decir, enfrentarme a emociones como el dolor, la tristeza o la rabia. Al ser tan incómodos, es más fácil querer aplicar la ecuanimidad en esta parte.
Pero ¿qué pasa con el deseo? Que es más escurridizo porque se disfraza de algo ‘bonito’, deseable, e incluso esperanzador. Pero la realidad es que el deseo es también una forma de sufrimiento.
La misma Tara Brach descartó el budismo la primera vez que oyó hablar de él en el instituto porque le pareció que rechazaba la idea de poder disfrutar de todas aquellas situaciones que dan placer. Pero en realidad se dio cuenta cuando profundizó más en la práctica que, a lo que se refiere, es al hábito de aferrarnos a unas vivencias que por su misma naturaleza, son pasajeras.
En vipassana se nos recuerda que si en el deseo hay apego, hay identificación, entonces hay sufrimiento también. Exactamente igual que en la aversión.
Cómo se disfraza el deseo
Algunas situaciones donde el deseo se infiltra y puede dominarnos:
Cuando sientes un pequeño vacío o aburrimiento y tu mente quiere llenarlo con algo que prometa excitación o sentido. Como por ejemplo: organizar un viaje ‘espontáneo’ sin saber si realmente lo necesitas o volver a descargarte Tinder por vigesimonovena vez a pesar de haber llegado a la conclusión hace dos días de sentir que estabas bien sola.
Cuando después de una ruptura o el final de un ciclo, el deseo busca suplantar la pérdida con una novedad rápida que distraiga del duelo o el silencio. Como por ejemplo: idealizando nuevas conexiones o buscando la emoción como forma de recuperar la chispa perdida.
Cuando ves que alguien consigue algo que tú no, de repente quieres avanzar más rápido en tus objetivos, aunque estés agotada, pero ese deseo está disfrazado en realidad de comparación y necesidad de validación.
Estas situaciones no son genuinas y, aún así, ¿puede que sean la mayor parte de las situaciones que vive un humano en este mundo moderno?
Cuando el cuerpo habla
¿Qué pasa con el cuerpo aquí? ¿por qué he nombrado el deseo con apego? La contracción energética de estas situaciones se percibe como urgencia, ansiedad, presión sutil.
Estas situaciones se traducen en momentos de intentar agradar demasiado, buscar validación constante, hablar con tono ansioso o hipervigilante, sobreexplicar y tener pánico al silencio.
Esto afecta en nuestras relaciones generando desajuste, incomodidad y, paradójicamente, aleja lo que se quiere conseguir. Porque, como dijimos al principio, estas señales las capta el cerebro de con quién te relacionas porque nuestros sistemas nerviosos se regulan mutuamente.
Nuestro sistema nervioso detecta las incoherencias, detecta de forma muy sutil si un acto aparentemente ‘espontáneo’ es en realidad ansiedad, si la pasión desmedida esconde querer superar a tu ex o si esa disciplina super rígida es el disfraz perfecto de la comparación.
Un ejemplo con el que todos nos sentiremos identificados es cuando enviamos un mensaje esperando desesperadamente una respuesta inmediata y abrimos la aplicación de mensajería unas 20 veces en cinco minutos para ver si ya nos han respondido, están en línea o han visto el mensaje.
Pero el deseo libre en realidad es un deseo sin tensión, sin autoabandono, sin miedo. Es compatible con el ‘no’.
El deseo libre no te desconecta del momento presente, no te aleja de él. No te hace sentir contraída, al contrario, la sensación corporal es de espacio, apertura, posibilidad.
Se manifiesta como autenticidad, juego, calma, claridad.
¿Y cómo lo siente el otro? Como alivio, atracción natural y conexión espontánea. ¡Ajá! Aquí está la clave del ‘relájate y aparecerá’. No como algo místico, espiritual.
Muchas de las personas que empiezan su camino espiritual en el budismo creen que deben liberarse del deseo, pero el deseo es lo que nos hace humanos. Sentir deseo no es falta de desarrollo espiritual. Si apartamos de nosotros el deseo nos desconectamos de nuestra verdadera naturaleza, de nuestra ternura, y nos endurecemos ante la vida.
“No se trata de no desear. Se trata de no perdernos en el deseo” - Tara Brach
Estar aquí sin huir, sin adentrarse y sin manipular es presencia plena. Cuando le preguntamos a ese ser querido cómo está y se encuentra presente lo percibiremos con mirada directa pero suave, una respiración estable, escucha real y ritmo lento. La interacción se siente natural y no forzada, habrá pausas sin incomodidad y nos sentiremos más auténticos.
¿Cómo podemos reconocer si estamos contraídos o presentes?
Estoy contraído si…
hablo rápido,
quiero controlar la respuesta del otro,
me siento impaciente o ansioso,
tengo tensión en la mandíbula o en el pecho.
Estoy presente si…
siento el espacio interno,
puedo pausar,
acepto lo que venga,
estoy respirando sin esfuerzo.
¿Sabes esos encuentros con amigos donde vuelves lleno de calma y te abres? Donde dices: conté esto porque me sentía segura y había conexión.
El otro ‘relájate’
Es posible que la frase del ‘relájate y llegará’ tenga algo de sentido ahora. Quizá no con el sentido que cree la gente que tiene como algo mágico. Sino como un “relájate” en el sentido del desear sin apego.
No contracción, no búsqueda compulsiva, no necesidad de validación ni carreras por ser elegido.
Sí a más relaciones por afinidad genuina, no por necesidad o miedo a la soledad.
Sí al compartir lo que tengo y lo que soy, sin juegos, sin personaje, simplemente tú.
Sí a una sexualidad que respete los ritmos internos, los cuerpos y los deseos auténticos de cada persona dejando de ser una descarga para aliviar la ansiedad o probar algo.
Que lo que hagas no surja desde el vacío, sino desde el sentido.
Donde no actúes impulsivamente para conseguir algo que necesitas para estar bien, sino donde elijas con calma algo que te llame.
Si te sientes atraída por alguien, lo observes, lo disfrutes, lo honres… sin la necesidad de controlar, de gustar, de ser elegida. Sin fantasear o proyectar en el futuro. Sin expectativas para protegerte de la incertidumbre.
Vive la incertidumbre.
Donde no te sientas incompleta por no obtener lo deseado.
Tu cuerpo no miente. Ni el de los demás. Y por eso, en realidad, no podemos fingir presencia ni apurar la conexión verdadera.
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